“Estuvimos 3 semanas escondidas en el sótano de una amiga”
- Jerónimo Leal González
- 31 mar 2023
- 2 Min. de lectura
Zaporiyia, 24 de febrero, 5:30 AM. Yulia preparaba la mochila de su hija para llevarla al colegio, como cada mañana. Todo parecía normal y, aun conociendo la tensa situación con los vecinos rusos, estaban convencidos de que todo acabaría en simples amenazas, como otras veces ya había ocurrido. El enorme estruendo del primer bombazo les hizo cambiar de opinión. A este le siguieron los zumbidos de los aviones ucranianos que despegaban de la base aérea junto a la que Yulia y su familia vivían. Entonces, encendieron el televisor y el noticiario confirmó que la guerra había comenzado y que Yulia debía preparar dos mochilas más esa mañana.
Huyeron primero al pueblo de sus padres ya que, pensaron ellos, los rusos no tendrían interés en atacar una pequeña aldea a 14 kilómetros de Zaporiyia. De nuevo, la explosión de un proyectil ruso les hizo cambiar de opinión a las 2 semanas.
Para asegurarse de estar a salvo, esta vez marcharon hacia Myrne, un pueblo 75 kilómetros más alejado de la capital. Una vez más, el ejército ruso tenía otros planes. Yulia describe como vio más de 200 tanques, carros armados y demás efectivos rusos adentrarse en la aldea. Una vez dentro, comenzaron a disparar indiscriminadamente a personas, casas y coches para sabotearlos y que nadie pudiese escapar. Yulia y su familia tuvieron que esconderse en el sótano de la casa de unos amigos.


Durante el encierro, el marido de Yulia salía por las noches con mucha cautela, para intentar arreglar el coche y poder salir del pueblo. A las tres semanas, pese a los 20 balazos que recibió el vehículo, consiguió que arrancase y marcharon hacia Zaporiyia. Mientras avanzaban por el camino veían tanques y demás vehículos de guerra destruidos y abandonados en las cunetas.


Ya en Zaporiya pudieron reencontrarse con sus padres y cerciorarse de que estaban sanos y salvos. La reunión pronto se tornó en despedida, pues Yulia debía abandonar el país con su hija para ponerse a salvo. Su marido, al estar en edad y condiciones para combatir, no pudo abandonar el país.
Yulia llegó a Málaga el 27 de marzo de 2022. Desde entonces, ha pasado por asociaciones de refugiados, hostales y habitaciones compartidas de muy dudosa salubridad. Ahora busca una casa donde poder vivir con su hija como se merece, con dignidad, pero no es nada fácil. He comprobado de primera mano que en el instante que se menciona la palabra ‘refugiada’ cuelgan los teléfonos y se cierran todas las puertas y ventanas posibles.
Hace ya más de un año del inicio de la guerra y sí, Yulia y su hija están a salvo, pero no están en casa.
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